Sexo tántrico
La vi sentada en una terraza cualquiera. Su descuido y una falda muy corta, me ofrecieron un espectáculo bajo la mesa que iba más allá de sus muslos.
El murmullo de conversaciones ajenas o los vasos chocando en manos de camareros recogiendo mesas, no impidieron que mi mente comenzase a emprender camino hacia un éxtasis con freno de mano activado. Pude sentir como el deseo inundaba mi boca y me hacía temblar muy levemente, con una adrenalina contenida pero imparable.
Ella me miró. Ninguno de los dos apartó los ojos del otro hasta que la descubrí desviando la mirada hacia mi entrepierna; sin darme cuenta, había experimentado una erección y ahora era consciente del daño que me provocaba aquel cautiverio genital.
Ella sonrió, pícara.
Bajándose las gafas de sol a los ojos y dando un sorbo a su bebida, recogió de sus labios el sobrante con un lento movimiento lingual mientras separaba un poco más los muslos.
Sentí que el riego de sangre hacia aquella parte de mi cuerpo se iba a interrumpir en cualquier momento, incluso creo haber proferido un ahogado gemido cuando los ojos se me nublaron y el mundo dejó de girar, a la vez que un intenso temblor en mis piernas derribó la pequeña mesa redonda que me cubría, derramando por el suelo mi bebida y mis pantalones se manchaban con el fruto de mi deseo por aquella mujer.
Al abrir los ojos de nuevo estaba en pie frente a mi, sonriendo satisfecha. Acarició mi pelo con una mano firme y elegante, luego se inclinó y me besó en los labios con delicadeza. Solo fue un segundo, ó dos.
Luego se marchó y no la volví a ver.
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